Que
nadie me venga con ese cuento de que las-redes-sociales-qué o que las redes
sociales todavía no son representativas de algo mayúsculo. Mi experiencia con
ellas me ha dejado algo que nunca pude experimentar con mi familia ni con mis
amigos de la secu|prepa (salvo unos 4, 5 casos a lo largo de 15 pesados años):
he encontrado gente que me ha leído atentamente y, no solo eso, ¡se ha puesto a
dialogar conmigo! Al grado de valorar lo que digo o de confesarme que lo que
digo le permite encontrar sus propias verdades o bien que gracias a no estar de
acuerdo conmigo ha podido llegar a sus propias conclusiones.
Si
mis 30 me hubiera tocado vivirlos en los 90, pfff, seguiría igual de deprimido
que en el 2001, mi año más terrible, mi año más underground.
Apelativos
he tenido pocos en mi vida: Joseal, Sifón, Beto el taquero, el Beto, Beto de
10, Espejito, Paz, Pacífico, pero sin duda el que siempre me acompañó a lo largo
de mi vida, aunque nunca nadie me dijo así pero medio mundo me hizo sentir eso es
el “Eso-qué”. Si decía algo medianamente analizado: Eso-qué, si empleaba
palabras poco comunes: Eso-qué, si decía que escribía poemas o que el cine de
autor o que la música extraña de otras partes del mundo: Eso-qué. Y así, pues, se
entiende la idea.
Entonces
llegaron las redes sociales y más y más aliados voy encontrando, compañeros de
profesión, compañeros de causa y de experiencia.
Ayer
en la noche nuevamente volvieron a conmoverme, volvieron a revitalizar mi ánimo.
Resulta
que desde el domingo he estado bastante bastante inestable con respecto a mis
ideales, mi postura postcomicios, mi búsqueda a partir de ahora, mis deseos de
lucha, mi dónde-y-cómo-gastar-mi-energía, etc. Me enfermé un poco porque además
entrar a esta cosa y toparme con tanta confrontación, tantos insultos a la
ligera, tanta defensa de los propios prejuicios, tanto diálogo roto, pfff, me
afecta un buen (en psicología moderna se le llama “alta sensibilidad” y no es
nada del otro mundo). De hecho estaba decidido a retirarme un tiempo de las
redes, darme de baja temporalmente.
Pero
ayer, ah, el día de ayer 3 de julio, el azar me brindó una serie de status
feisbuqueros escritos por mis contactos o bien compartidos de otros muros|biografías
que me ayudaron a dialogar, ahora, conmigo mismo.
Gracias
a todos esos estatus (reseñados en este blog en las siguientes 6 entradas) se acabó
mi inestabilidad, se me acabaron las medias tintas, se acabó la bipolaridad de mi
biografía.
Creo
que no alcanzamos a ver los alcances que tienen nuestros tuits, nuestros likes,
nuestros shares, nuestros post. Llegan a ser una interlocución necesaria para
algunos, un espejeo para otros, un arrebato terapéutico inclusive.
Si
alguna vez vuelvo a la narrativa, creo que comenzaría por este personaje que, me
parece, siempre he admirado: aquel que un día acepta su destino y lo emprende,
con todo el miedo del que el cuerpo es capaz, la incertidumbre, el salto al
vacío que ello implica. Ese destino podría ser desde la guerrilla hasta el
exilio, la reclusión budha-style o bien un viaje, algo que implique afrontar inevitablemente
un destino radical.
Quien
me vea pejezombie, hombre, qué le hacemos.
Quien
me vea de hueva, hombre, no será la primera vez.
Quien
me vea con una actitud de WTF o Eso-qué, hombre, sea eso libertad de
pensamiento.
Quien
me vea ingenuo, pues sí, la ingenuidad y la inocencia son emociones bastante
liberadoras, más si las sientes sin baja autoestima o sin culpas.
Bien,
el trauma se volvió self-acceptance. ¿Acaso es esto un evento microcósmico que
nos está ocurriendo a muchos destinado a volverse macrocósmico? ¿Es esto el
2012? ¿Es esto el brote de las aguas sagradas, de la fuerza guerrera, de la
sabiduría atlante?
…atlantista
también, cómo no…
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