10 agosto 2009

The Beauty and The Peace

thoughts arrive like butterflies…

http://www.youtube.com/watch?v=pnFeCex032g&feature=related

Vuelvo a la novela que leí a los 17 años, aquella que se volvió referencia común entre gente culta, engreída o no, falsa o no. Su inscripción en las referencias comunes sigo sin entenderlo, como si fuera ésta una novela de lectura corriente, de diálogo ligero. Más bien es cavernosa. Más bien es intempestiva. Confrontativa. Pero aún con todo ello sigue siendo un éxito editorial.

Hace unos años abandoné la literatura. La facultad de Letras, sí, pero también el consumo de literatura. También abandoné otros lenguajes, otro tipo de actos como la carretera o el jazz a oscuras, el intercambio de libros o la elaboración de textos incomprensibles, las noches de alcohol, la fotografía contrastada, el montaje en mi escritura, como si con todas esas renuncias buscara cifrar una conquista, algo así como si un músico de blues, harto de tanta melancolía, comenzara de pronto a dedicarse a la jardinería.

No es la primera vez que la renuncia sirve de purga.

Algo había entre tanta nostalgia y tanto vacío que.

Algo abrasivo, algo brumoso, algo.

No era luz lo de aquellas lumbreras, era.

Ni encuentros en esas proximidades, no.

La belleza es una compañera, se ha dicha ya muchas veces.

Y no tiene por qué doler, joder, es la belleza.

Pero cómo comprenderla, ¿quién nos auxilia en esa empresa inquietante de la belleza? Es más fácil lidiar con drogas, es más fácil lidiar con abusadores.

Concentrarse al cielo. Centrarse a la primer mirada. Conquistarse en la catástrofe del ruido mental.

Enamorarse de ficciones.

Perder la edad con suma facilidad.

Saber cómo hablar de nada.

Hay cierta belleza que nos lleva al abismo, que no por oscuro y subte habría que impedirnos la fiesta. Otra belleza lleva al deseo. Otra al romance entre extraños. Otra a cambiar de raíz.

Hay cierta belleza también que vuelve noble a la experiencia de la existencia.

Pero ninguna de estas bellezas tiene formas o métodos claros, más bien es el individuo quien las ejecuta de un modo u otro. Ahí es donde la inexperiencia nos jode. Ahí es donde el aprendizaje cobra dimensión.

Yo estaba harto del vacío sin sustancia. No de la nada caótica, ese vacío substanciado que a más de un matemático fascina. Yo más bien vivía el vacío discreto, el vacío inoperante, algo así como tener al universo y no saber cómo desplazarse en él (la NASA, si es que existe para los propósitos que nos han dicho, llevará atorada en este error de perspectiva toda la vida, ¿no es más fácil, en lugar de querer desplazar toneladas de tecnología y procesos químicos/astrofísicos por caminos no aptos para ello, adecuar el objeto a desplazar a las propiedades del camino? una tecnología del pensamiento, joder ¿cuándo comenzará a desarrollarse?)

Y casualmente en aquel éxodo tormentoso, a esta novela-éxito-editorial estoy seguro no me entregué como me entrego hoy, a pesar de contar en aquel tiempo con el “peso” necesario, o mejor dicho, pesadez necesaria (aunque, como el mismo libro plantea, una percepción liviana, “ligera”, de la existencia –su contrario– tampoco garantizaría una lectura así de entregada).

Hoy más bien creo que hay un juego en todo esto que soy. De pronto puede estar a todo volumen ese clímax de distorsiones armonizadas que llega como al minuto 7 de Starla (side-B legendario de los Smashing) pero si mi hija llega a preguntarme algo, pongo pausa y la atiendo, ya luego vuelvo a la ataraxia de James Iha y compañía (la pausa es entonces total y en todas direcciones).

Algo así sucede con La Insoportable Levedad del Ser. El gusto de su lectura se da en distintos juegos de contrarios: hay un involucramiento total en emociones y cariños hacia los personajes y al mismo tiempo una distancia absoluta entre ellos y mi propia historia; hay una sensación de tormento con respecto a mi memoria y mis fantasías y a la vez hay en ellas una sensación feliz y satisfactoria por poder percibirlas así; hay en mis pensamientos un ir y venir de luz y oscuridad; en mis deseos un ir y venir de objeto y espíritu; en mi amor un ir y venir de otredad e individualismo.

Eso debe ser la inestabilidad. Pero, diantres, es la inestabilidad más estable que he experimentado.

La más feliz.

(Hace tiempo que vengo pensando que hay tanto qué escribir en torno a la alegría

(Y la unidad, la inolvidable unidad)

(unidad anidad sanidad vanidad)))

Hoy finalmente no duele la belleza. O lo hace, sí, pero solo si de eso se trata el juego. Hoy finalmente se vuelve más fácil reírle a la desgracia (y la gracia de desreirse a voluntad), saber que un cambio de perspectiva lo cura todo.

Y que Milan Kundera es divertido.