21 agosto 2006

Mirar a tientas

Sólo se puede entender la vida propia a través de momentos, cúmulos de tiempo y espacio donde convergen las anécdotas y el pensamiento. Este momento, presente y femenino, está marcado por la calma, ese remanso favorito de los verdaderos hombres sin ego. Calma más no quietud.

Mi momento está impulsado desde un aleph personal donde lo importante, grande y discreto, se repliega a mi como un amante en el frío. Es decir, todo, hasta lo que no recuerdo, discurre. Entonces aquella mañana de febrero del ‘99 se vierte sobre (y entre, sobre todo entre) la noche de ayer y a la vez el despertar de alguno de esos 25 de diciembre célebres.

No es fácil explicar esto, acaso lo sencillo sea emplear vocablos como satisfacción, deleite o gratitud como corolario de dicho aleph, ese circulito en la pared del cerebro donde se generan las imágenes y sensaciones, los conceptos y el sentido, los absurdos.

Esta calma es aprendizaje. Así también los malos momentos, los de autocrítica urgente, los de transición inevitable, los de pérdida.

Mirar a mi hija, siempre aquí, a mi lado, es mirar un reducto de belleza que suscita el deseo: de aprender, de mirarme a mí y mirar al otro, de memoria.

Sonríe. Llora. Descubre. Ella. Explora. Todo lo cual está bien en un bebé. Todo lo cual quiero para mí.

Este es mi momento: la conciencia de los momentos que recuerdo y olvido.

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