Yo te miraba desde el décimo piso, tal vez sexto, de una ventana azul o naranja, arqueándome despacito esperando alcanzarte; ibas de blanco mientras yo tocaba en el piano un blues de Robert Johnson, acá: negra el alma nocturna, contigo: hasta tu sombra parecía aclararse.
Y sucede que entre una Iglesia y esto no hay diferencia, tal vez a un nivel de logística, pero vamos, algo hay siempre de sospecha o inconformidad, también yo puedo mirar hacia abajo y ver a alguien que parezca contrario a mí y que por lo mismo sea yo y nos correspondamos, como miradas de bar, miradas de amor, miradas de juego, de oficina, de novela; si va de blanco yo oscureceré, a su vez bajará la mirada y verá a un negro; sé que allá arriba el viento me haría volar, allá arriba hay música.
Yo te miraba en acordes opuestos, caminabas y eso era como cambiar de página, siempre avanzando sin movimiento alguno; sé que podríamos darle círculo a la cuadratura, que tanto aquí como allá no existe diferencia sustantiva; si tan sólo voltearas a verme... si tan sólo...
Y sucede que esto no está bien, que debería haber más certezas, no una serie de cosas con signos y sentidos todos, significados, anacentrismas.
Acá: negra el alma, contigo, nocturna tal vez, y blanca.